El sonido del silencio: la marcha desde la marcha #15deNoviembre

LA VOZ DE JALISCODEMOCRACIA EN MÉXICOTEMAS SOCIALES

Mónica Calles Miramontes

El sonido del silencio: la marcha desde la marcha

#15deNoviembre

El dos de noviembre ocurrió una tragedia que cimbró a una nación: asesinaron a Carlos Manzo, asesinaron a un padre, asesinaron a un esposo, asesinaron a un hijo. Un hombre que tuvo la valentía de defender a su pueblo del crimen organizado; enfrentando con bravura la complicidad y el abandono del gobierno morenista (federal y estatal).

Ese día ocurrió algo que parecía ya no existir en México: surgió la indignación social. El dolor trascendió fronteras, lo sintió todo el país.

Esa tragedia hizo eco en un gobierno que siempre desdeñó y se negó a escuchar los gritos de auxilio de Carlos Manzo. Lo mataron con ayuda de los oídos sordos del gobierno federal.

Así murió un gran hombre, y con él se llevó un pedacito de esperanza. En una plaza pública, entre cientos de llamas encendidas del festival de las velas, se extinguió la luz que iluminaba al pueblo michoacano.

La tragedia de Carlos Manzo no fue un hecho aislado; fue la chispa que encendió un incendio de agravios acumulados durante los últimos siete años en México.

La negación del gobierno a la genuina y legítima causa de Manzo, que desembocó en su muerte, fue el reflejo fiel de la misma negación y olvido que diariamente ofende a millones de mexicanos que el gobierno se rehúsa a escuchar; porque para el oficialismo solo tiene valor quien no cuestiona, quien no exige, quien no disiente.

La negación del gobierno a los reclamos sociales generó unidad. El dolor e indignación por la muerte de Carlos Manzo se transformó en un megáfono de millones de mexicanos que llevaban siete años guardando silencio.

Así, en un solo grito, el 15 de noviembre, en todo el país se unieron familias de desaparecidos, enfermos sin medicinas, médicos sin equipo, ciudadanos que quieren oportunidades de crecimiento y no “ayuda” con sabor a caridad.

También se unieron los trabajadores del Poder Judicial que tuvieron la congruencia de demostrar que su lucha jamás fue una causa personal, sino México. Hombro a hombro, estaban jóvenes y adultos que con plena consciencia de que si no hacemos algo el país se hundirá en la opresión y la miseria.

Esta manifestación tuvo todo de peculiar, desde que se difundió la convocatoria el gobierno tembló, poniendo en evidencia no solo sus fracturas, sino el miedo y la plena consciencia de que su mal gobierno era una bomba de tiempo. La reacción coordinada desde la Presidencia no fue de diálogo y atención a los reclamos; sino de negación, ofensa y persecución a jóvenes ciudadanos que convocaron o hablaron de la marcha que estaría por realizarse.

Lo anterior ocurrió durante los días previos a la marcha, mientras amurallaban el Palacio Nacional y gran parte del Zócalo; mientras planeaban una agenda presidencial lejos y retiraban la bandera del corazón de México, como si fueran a llegar enemigos del Estado, como si exigir seguridad, derechos y justicia fuera una afrenta que nos condena a “estar fuera del Estado”.

Y, entonces, llegó el 15 de noviembre…

Llegar al Zócalo resultó una labor titánica, transporte inhabilitado, calles cerradas con vallas, otras con granaderos. A pesar de ello, la mayoría no desistimos y sí llegamos. Ahí, fuimos rociados con cantidades demenciales de gas lacrimógeno −sin explicación alguna−; comenzaron a sonar granadas o cohetones de aturdimiento para intimidar y dispersar a la multitud. Luego, desde la muralla de Palacio cayeron piedras.

El ambiente era sumamente hostil. Un grupo de personas buscaron derribar las vallas. Los granaderos respondieron con más gas, piedras y hasta machetes.

No había opción, era necesario alejarse para poder respirar, el ardor en los ojos resultó insoportable. Lo sorprendente es que, contrario a lo que esperaba gobierno, eso no nos detuvo. Muchas personas optaron por quedar concentradas en calles aledañas, otros decidimos permanecer en el centro del Zócalo dejando espacios para las eventualidades: correr o alejarse de las bombas de gas.

Fueron casi cuatro horas bajo el sol donde miles de mexicanos nos unimos en una voz: seguridad, justicia, medicinas, rechazo a la corrupción, oportunidades, respeto a ser diferente. Todos reclamos genuinos de una sociedad que llegó al hartazgo.

Las vallas sí se derribaron y, por un momento, los jóvenes que estaban al frente parecían hacer tregua con el cuerpo de policías; pero de pronto, por un costado del Zócalo llegó un gran contingente de policías que permanecieron de pie unos minutos, hasta que se abalanzaron contra la multitud de manifestantes que no habíamos hecho otra cosa que estar de pie expresándonos.

Fue una represión total y desorganizada. Al inicio parecía un intento de dispersión, pero en cuestión de segundos constatamos que era una cacería donde detenían y golpeaban a quienes quedaban atrás, caían o simplemente se negaban a huir. La línea entre el uso legítimo de la fuerza y el abuso jamás existió: lo que presenciamos no fue una operación de seguridad pública, fue brutalidad policial.

Así fue como finalizó la protesta, con persecución, golpizas brutales y detenciones arbitrarias; pese a la negación que persiste en el gobierno, las imágenes dieron la vuelta al mundo.

El 15 de noviembre pasó mucho más de lo que se dice, fue algo más que una manifestación, es algo que no se mide en números. El hartazgo se unió, la ciudadanía despertó, la sociedad perdió el miedo.

Hoy México dijo claramente que luchará contra la opresión. El estruendoso sonido que se escuchó en el Zócalo fue de la conciencia colectiva que despertó y que, en medio de la represión le ha dicho al gobierno y al mundo que: esto apenas comenzó.